NI UNA GOTA DE AGUA
Con este mensaje, siendo las siete de la noche, las víctimas del desbordamiento de los ríos Sangoyaco, Mulato y Mocoa, del barrio San Agustín resumen la tortuosa jornada desencadenada desde las 3 de la mañana. A la pregunta sobre cómo ha sido la respuesta institucional, responden que sólo han visto un funcionario que las censó, y después de eso, nada. A las siete de la noche de hoy, aún no tenían agua para sus necesidades más básicas e inmediatas.
Revivir, fue la palabra mas mencionada por las mujeres hoy en Mocoa; 17 barrios y más de 200 personas afectadas fue el balance final según la Unidad Nacional de Atención al Riesgo (UNGRD). Tejedoras de Vida recorrió los principales barrios, y encontró las primeras historias de dolor de mujeres que volvieron a revivir y a sobrevivir a este nuevo desastre natural.
Valientes, resilientes y sobrevivientes. Según información de las propias lideresas de las comunidades de San Agustín, aproximadamente 22 familias fueron las afectadas por el desbordamiento del día de ayer en Mocoa. Viven porque tienen un sistema interno de alarma. Cada vez que hay una lluvia fuerte, delegan personas para la vigilancia de los ríos y del sistema de alcantarillado que quedó bloqueado después de la avalancha torrencial de 2017. Ayer, ellos evacuaron antes de la alarma general de las 3.45 am y ésto les salvó la vida. Cuando los ríos Sangoyaco y Mocoa sobrepasaron con gran caudal el jarillón construído el año pasado llegando a las viviendas de este barrio conformado en su gran parte por desplazados y víctimas del conflicto armado, ellos ya se habían auto-evacuado.
En el Progreso, las principales víctimas fueron mujeres. Entre ellas, 7 mujeres cabeza de hogar de la tienda comunitaria y Neyi Bolaños, madre cabeza de hogar con dos hijos, quien perdió todo el pasado 1 de abril en la avenida torrencial. Neyi, sin ninguna ayuda del Estado, limpió y reconstruyó de nuevo lo poco que le quedaba en la vida: una casa en El Progreso donde puso una barbería para su hijo y un negocio de comida rápida. Sin otra opción que la de endeudarse, Neyi logró salir adelante. Allí en solidaridad, alojó a dos ancianos que perdieron su casa durante la avenida torrencial. Le preguntamos, ¿Por qué construyó de nuevo en un sitio de riesgo?, y ella responde con otra pregunta, ¿Qué haría usted, con créditos en los bancos, con deudas, sin ningún apoyo del Gobierno, para sobrevivir? Sólo tengo esta casa de mi madre, no tengo otra opción. A pesar de haberlo perdido todo, Neyi se acuerda de quien está en una situación más vulnerable que la de su propia familia. “Ayuden si pueden a mis dos ancianos, dice angustiada, ellos perdieron todo en el barrio los Pinos en la pasada avalancha, y hoy nuevamente perdieron todo en esta inundación. ¿Cómo puedo volver a empezar?”.
Barro, tristeza y desolación es el amargo final que queda después de revivir por segunda vez aquella trágica avalancha de 2017. ¿Reviviremos los mismos errores?